En “Por qué fracasan los países” (2012), Daron Acemoglu y James A. Robinson explican de manera rotunda porque la democracia conduce a la prosperidad compartida. El libro causó conmoción y fue guía para muchos a la hora de definir lo que es un sistema extractivo, liderado por unas élites que convierten los derechos de propiedad en algo volátil y benefician a unos pocos sobre las mayorías. Y después llegó “Poder y progreso. Mil años de lucha entre tecnología y prosperidad” (2023), también de Daron, y acompañado esta vez por Simon Johson. Ésta es la tesis que complementa a lo anterior: La tecnología y la innovación no son por sí mismas suficientes para alcanzar la prosperidad de los países. El progreso tecnológico es ambivalente, capaz de extraer inmensos beneficios, aunque también de crear desigualdades y brechas para muchos.
Ha habido momentos como, por ejemplo, en los inicios de la Revolución Industrial donde los propietarios de los medios productivos han monopolizado todo el valor y han empobrecido a los trabajadores. En otros momentos, sin embargo, como ocurrió durante el siglo XX, las élites supieron compartir la riqueza generada con la sociedad civil, por lo que el nivel de los salarios y condiciones de vida se incrementaron, junto a un aumento de la población, creando un efecto de arrastre en la productividad (“productivity bandwagon”) con la consiguiente redistribución de la riqueza.
¿Es la tecnología, fundamentalmente la IA, generadora de prosperidad?
Subraya Acemoglu, el poder excesivo de las grandes corporaciones tecnológicas, refiriéndose a aquellas que potencialmente puedan monopolizar las tecnologías de plataforma, y su alto poder de influencia, gracias a sus “visiones” sesgadas de futuro. El autor vislumbra “Utopías Digitales” (Move fast and break things) enfocadas a reducir salarios y elevar los costes laborales. Por eso, propone la necesidad de crear “alternativas” fuera de la tecnocracia, donde solo se busque realzar el propio poder, riqueza y prestigio, explicando a continuación el peligro de una ruptura antidemocrática en nuestros países.
Acemoglu defiende que la automatización, la robotización y el uso masivo del dato no son malos “per se”; aunque ve peligros en su acumulación y centralización en unas pocas manos fuertes, o en el uso intensivo en casos de uso de “vigilancia” (el ejemplo de un social scoring nacional). Para él habría que redirigir las tecnologías digitales innovadoras para que complementen a los humanos, no para sustituirlos, y centradas en los siguientes objetivos:
- Mejorar la productividad de los trabajadores en sus puestos actuales.
- Crear nuevas tareas con la ayuda de la IA, mejorando así las capacidades humanas.
- Proporcionar la mejor y más usable información para la toma de decisiones
- Construir nuevas plataformas que “agrupen” población con diferentes “skills” y necesidades.
Dice que “el humano no es un ser que necesita consumir, sino que lo que quiere, más que nada en el mundo, es participar”. Y dentro de su visión propone medidas concretas que construyan contrapoderes, mencionando, por ejemplo, a la sociedad civil y al gobierno para que a través de sus políticas gubernamentales se lleven a cabo iniciativas como:
- La creación de incentivos de mercado sobre las tecnologías más beneficiosas socialmente, aquellas que generen nuevas tareas o complemente las capacidades humanas.
- La limitación del poder efectivo de ciertas empresas que puedan adueñarse de tecnologías y bloquear la innovación desvirtuando los mercados.
- La reforma de los impuestos, para que favorezcan el trabajo sobre las inversiones en capital y una excesiva automatización sin control.
- Invertir en la formación y desarrollo de los trabajadores en busca de esos skills avanzados.
- Impulsar el liderazgo de los gobiernos, no necesariamente con una regulación excesiva.
Y finalmente, pero lo más importante, priorizar en todo momento la protección del ciudadano, en especial su privacidad. Serían muchos los pasos a dar, como se ve, aunque creo que desde la UE y gracias a un liderazgo inteligente en la regulación, como es el caso de el Digital Service Act, el Data Act y el último de la serie, el incipiente AI Act, y escuchando sabiamente a todos los stakeholders implicados, ser capaces de acercarnos a las propuestas de Daron.