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Sostenibilidad: Ser, no parecer

¿Es la sostenibilidad una moda pasajera? ¿Ser sostenible es un atributo o debe estar en el ADN de las compañías? ¿Es redundante hablar de empresa sostenible? ¿Estamos ante un nuevo paradigma empresarial?

Trataremos de dar respuesta a estas preguntas y a otras muchas que surgen inevitablemente: ¿Hemos dejado atrás a las personas al pensar solo en ser sostenibles? ¿La transparencia que marca la nueva regulación será el fin del ‘greenwashing’? ¿Ha desaparecido la diferenciación entre la responsabilidad interna y externa de las organizaciones?

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Empecemos por el principio. En los albores de la Responsabilidad Social Corporativa en España -a finales de los 90 y principios del 2000- se definía como tal a aquellas empresas que consideraban, dentro de su cuenta de resultados, una triple perspectiva: la económica, la social y la medioambiental.

Ciudadanía corporativa

Entonces se hablaba también de una doble dimensión de la responsabilidad: la interna o aquella que tenía que ver con los procesos y actividades que realiza la empresa de puertas adentro, y la externa, relacionada con las actividades de puertas hacia afuera. En este contexto surgió el concepto de ciudadanía corporativa, o lo que es lo mismo: reconocer que la empresa es parte del entorno donde realiza sus actividades para colaborar, en consecuencia, de forma voluntaria a la mejora del mismo.

El concepto de ‘Responsabilidad Social Corporativa’ fue derivando en otros, se eliminó la palabra social para acuñar la ‘Responsabilidad Corporativa’ como término genérico e incluso algunos prefirieron llamarla ‘Responsabilidad Corporativa Estratégica’, ya que debía guiar toda la acción, de forma coherente.

En el ámbito europeo, y con la vista puesta en la regulación, a pesar de la existencia de dos directivas comunitarias (Directiva 2014/95/UE y la Directiva 2014/95/UE) que incrementaban la divulgación de información no financiera en aspectos como los factores sociales y medioambientales o de diversidad, solo Francia exigía entonces como obligatorios informes a las cotizadas sobre estos aspectos.

En 2021 el avance en todo lo que hemos repasado hasta ahora ha sido increíble.

A las puertas del final de 2018 el Gobierno español aprobaba una nueva regulación -que trasponía la normativa comunitaria- que hacía obligatoria para algunas empresas la publicación de un estado de información no financiera relativa, por lo menos, a cuestiones medioambientales y sociales, así como al personal, al respeto de los derechos humanos y a la lucha contra la corrupción y el soborno.

La regulación dio un paso más hacia un nuevo estatus de las empresas en la sociedad española, la transparencia ya era exigida, no voluntaria.

El cambio ha venido también desde otros dos vectores de suma importancia, auténticas palancas de una transformación imparable, como son el ciudadano y la inversión.

El consumidor responsable ha modificado sus patrones de consumo para lograr un crecimiento económico y desarrollo sostenible y reducir la huella ecológica. Se puede hablar de un ciudadano cada vez más preocupado por el medio ambiente pero también por los efectos que los productos que consume pueden tener para su salud y la de sus familias.

El ciudadano como agente del cambio

Naciones Unidas nos recuerda que cada año se desperdician 1.300 millones de toneladas de alimentos, mientras casi 2.000 millones de personas padecen hambre o desnutrición, o que si todas las personas utilizaran bombillas de bajo consumo, el mundo ahorraría 120 mil millones de dólares anuales.

El ciudadano como agente del cambio climático tiene y tendrá en los próximos años una fuerza imparable. La pandemia nos ha enseñado y nos ha hecho ser conscientes de que debemos enfrentar con mayor fuerza las crisis, de ahí la atención puesta a la climática, y la necesidad de tener en cuenta cómo afectará a nuestra generación y las venideras.

Si en 2010 los estudios decían que la entonces creciente asunción de valores medioambientales por parte de los ciudadanos españoles no encontraba correspondencia en el desarrollo de prácticas y estilos de vida sostenibles ahora sabemos que esta correspondencia es ya una realidad sin marcha atrás. Lo vemos en los más jóvenes, en sus hábitos de consumo, pero sobre todo en sus principios y valores.

La revolución millennial

En una encuesta realizada por Deloitte, se les preguntó a los trabajadores millennials cuál debería ser el propósito principal del negocio, alcanzando un 63% más de votos “mejorar la sociedad” que “generar rentabilidad”. Tras la pandemia, alrededor del 60% de los millennials y la Gen Z, dijo que planea comprar más productos u obtener servicios de las grandes empresas que se han hecho cargo de su fuerza laboral y que han impactado positivamente a la sociedad durante la crisis sanitaria vivida.

Y junto a los ciudadanos comprometidos tenemos ya a inversores como aliados del cambio. Desde enero a noviembre del 2020, los inversionistas en fondos de inversión y fondos cotizados invirtieron 288.000 millones de dólares en activos sostenibles, un incremento del 96% con respecto a todo el 2019. Lo destacaba Larry Fink, CEO de BlackRock (la empresa estadounidense de gestión de inversiones más grande del mundo), en su última carta, una de las más esperadas cada año.

La ‘prima’ de sostenibilidad

“A lo largo de 2020 vimos cómo las compañías con propósito y mejores perfiles ambientales, sociales y de gobierno corporativo (ESG) lograron un mejor desempeño que sus pares y las empresas con mejores perfiles ESG tienen mejor desempeño que sus pares, pues gozan de una ‘prima de sostenibilidad’”, aseveraba.

Pero hay más, porque la mayor gestora de fondos del mundo, con activos bajo gestión que se acercan a los 8,7 billones de dólares, reforzaba este año su apuesta por las inversiones verdes y amenaza con dejar de invertir en aquellas empresas que sigan siendo contaminantes en 2050.

Independientemente de que se quiera ver como una “transición hacia una economía mundial sostenible” o de un giro global hacia otro paradigma en el que, como afirma la filósofa Adela Cortina, “la empresa del futuro será ética, social, verde o no será”, lo que es innegable es que en apenas diez años las cosas han cambiado y mucho, que “el parecer y no ser” no tiene ya recorrido y penaliza, y que el adjetivo sostenible ya no tiene sentido cuando hablamos de empresas porque aquellas que no sean capaces de demostrar su valor e impacto en la sociedad no tendrán hueco en el mercado.

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