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Mercados de doble cara y financiación de las redes de futuro

Los operadores de red, al fijar su estructura de precios, determinan si el transporte de contenidos digitales es remunerado por el consumidor final, por el proveedor de contenidos, o por una combinación de ambos. El modelo actual, en el que la red de acceso la remunera exclusivamente el consumidor final, tiene fallos. Si se cobrase al proveedor por la entrega de su contenido no solo habría redes mejores y más asequibles. También habría una mayor base potencial de consumidores de contenido.

Un punto de encuentro entre los mercados de dos caras y Fair Share

Javier Domínguez Lacasa

¿Son las telecomunicaciones un mercado de doble cara? En este post se argumenta que sí. Además, se explica por qué esa característica es central para justificar el cambio en el modelo de financiación de las redes de acceso del futuro que reclaman los operadores.

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Pero empecemos por el principio. El concepto “mercados de doble cara” surgió a comienzos de este siglo en el ámbito de la teoría económica. Rápidamente, despertó interés debido al cambio de perspectiva que proponía. Frente al enfoque tradicional que caracteriza una transacción económica como una relación entre dos partes, vendedor y comprador; la atención pasa a un tercero cuya actividad consiste en hacer posibles esas transacciones. La pregunta novedosa a la que tratan de responder los nuevos modelos económicos es a cuál de las partes que pone en contacto, o “caras” del mercado, debería cobrar el intermediario en mayor medida por sus servicios. Más concretamente, lo interesante es estudiar cómo la estructura de precios influirá en el volumen total de transacciones que el intermediario hace posible y, por tanto, en el valor que es capaz de generar.

En síntesis, la teoría nos dice que no basta con que exista un intermediario para que un mercado sea considerado de doble cara. Es preciso además que el intermediario pueda generar valor modificando la “cara” del mercado a la que cobra (vendedor o comprador). Ese es el nexo entre estos nuevos modelos económicos y el reciente debate que se ha venido a denominar “OTT fair share”, sobre la pertinencia de que los proveedores de contenido (una de las caras del mercado) paguen por utilizar las redes de telecomunicaciones que utilizan para relacionarse con los usuarios finales (la otra cara).

Las telecomunicaciones siempre se han asociado con mercados de doble cara

Desde un primer momento las telecomunicaciones se asociaron de forma natural a los nuevos modelos teóricos. Así, los artículos seminales de Rochet y Tirole ya incluían referencias al papel de los operadores de redes como gestores de plataformas de intermediación que pueden influir con su estructura de precios en el volumen de transacciones. Primero entre personas que deseaban comunicarse mediante llamadas de voz, y más adelante entre proveedores y consumidores de contenidos digitales.

A pesar del cambio constante en el contenido que transporta y en los agentes que interrelaciona, la red de telecomunicaciones no ha perdido las características propias de un mercado de doble cara. Así se reconoce en un reciente artículo de B. Jullien y M. Bouvard que trata de aportar luz sobre los efectos que tendría modificar la estructura actual de los flujos de pagos en internet, introduciendo una remuneración por la entrega de contenidos a los usuarios finales.

No es un camino fácil de recorrer. Aun así, no deberíamos dejar que la dificultad de llevar a la práctica el cambio nos impida ver los potenciales beneficios de una intervención regulatoria que solucione los problemas de un modelo que tiene fallos.

Por eso es interesante la premisa propuesta por B. Jullien y M. Bouvard. Asumen que el operador es libre de cobrar al proveedor de contenido un precio por la entrega del mismo, que puede incluso variar en función del proveedor o del tipo de contenido. Partiendo de ese punto, su principal -e importante- conclusión es que en circunstancias plausibles que reflejan bien la realidad actual un nuevo pago por la entrega de contenido mejoraría el bienestar social.

Impacto sobre los precios y el consumo de conectividad y contenidos

Sería ingenuo pensar que nada cambiaría en los precios finales si los proveedores de servicios digitales tuviesen que empezar a pagar por la entrega de contenido. Un primer efecto a considerar sería la posible traslación de ese mayor coste al consumidor de contenidos, en forma de mayores precios o anuncios y menor tráfico por unidad de contenido (y por tanto calidad). En respuesta, se reduciría el consumo de contenido y el número de usuarios que desean conectarse a la plataforma de comunicación.

Simultáneamente, hay otra fuerza que opera en sentido contrario. El operador de red tendría un nuevo incentivo a aumentar el número de personas conectadas y en disposición de demandar contenidos. Esto es debido a que cada demandante de conectividad adicional traería consigo nuevos ingresos incrementales provenientes de los proveedores de contenido. Ante este nuevo incentivo, el operador bajará el precio de la conectividad al cliente final e inducirá un mayor consumo de contenidos.

La cuestión relevante de cara al usuario final y el bienestar social es cuál de los dos canales de transmisión predomina. Si el efecto en la cara de conectividad domina al efecto en la cara de provisión de contenido se producirá un aumento del consumo, tanto de conectividad como de contenidos. La medida será entonces potencialmente positiva incluso para los proveedores de contenido. Tendrían que hacer un pago por distribuir sus contenidos. No obstante, a cambio, podrán disfrutar de una mayor base de potenciales consumidores de los mismos.

Es eficiente incentivar a los proveedores de contenido a ahorrar tráfico

Lo interesante y novedoso del artículo de Jullien y Bouvard es la identificación de dos realidades que explican que el impacto de la medida sea positivo. La primera de ellas es la preferencia de los clientes finales por las tarifas planas y su prevención hacia los pagos variables por tráfico. Esencialmente, por comodidad y por falta de conocimiento o tiempo para investigar el impacto de su consumo de contenido sobre la cantidad de tráfico cursado.

Es fácil sin embargo comprender el impacto de las tarifas planas sobre las redes. Basta navegar por cualquier página web para ver cómo cada vez hay más contenido audiovisual en lugar de imágenes y texto. No solo en el contenido en sí, sino también en los anuncios. Es igualmente ilustrativo ver cómo los proveedores de vídeos en “streaming” envían generalmente su contenido con la máxima calidad posible. No consideran que al cargar la red con mayor tráfico pueden generar congestión y afectar negativamente a otros usuarios.

Jullien y Bouvard muestran que en esas condiciones es preferible establecer incentivos a la minimización del tráfico cobrando un precio variable a los proveedores de contenido, en lugar de a los usuarios finales. Estos reaccionarían reduciendo desproporcionadamente su consumo o exigiendo al operador una rebaja sustancial del precio de la conectividad. Por el contrario, los proveedores de contenido están bien posicionados para apreciar el valor que para el usuario final tiene un aumento del número de bits. Un pago variable les proporcionaría los incentivos correctos para adaptar la calidad de la imagen al tamaño de la pantalla, o a introducir técnicas de compresión mejores.

En resumen, el nuevo modelo redundaría en un uso de la red más racional, con un ahorro de costes. Esto se trasladaría al usuario final en forma de menores precios por la conectividad y mayor número de hogares conectados. Del mismo modo, beneficiaría a la sociedad en su conjunto en forma de menor consumo energético por unidad de contenido transmitida.

Utilización indirecta de la publicidad para financiar la conectividad

El segundo parámetro clave identificado por Jullien y Bouvard para concluir que un precio por la entrega de contenido es positivo para la sociedad es menos evidente, pero igualmente importante. Es lo que  denominan retorno por publicidad. Intuitivamente, la idea es que cuando la publicidad es muy efectiva y al usuario no le molestan en exceso los anuncios, tiene sentido desde el punto de vista tanto del consumidor como del anunciante financiar con la publicidad no solo el contenido sino también la conectividad.

El nuevo precio por la entrega de tráfico es una forma de canalizar esa subvención desde el anunciante hacia el cliente final, utilizando al proveedor de contenido como intermediario. El resultado final será un mayor consumo de conectividad, contenido y publicidad, del que se beneficiarán los consumidores y, potencialmente. también todos los componentes de la cadena de valor, incluyendo a los propios proveedores de contenido.

Solución al riesgo de inversión subóptima en la capacidad de la red de acceso

Más allá del impacto sobre los precios finales y el consumo, hay otro mecanismo relevante por el que el nuevo pago puede aumentar el bienestar, y cuyo estudio complementaría muy bien el trabajo de Jullien y Bouvard: la creación de incentivos a invertir en capacidad de la red de acceso.

Al calcular el beneficio incremental que puede suponer una mayor capacidad el operador solo tiene en cuenta lo que estima que pagarán por ella los clientes finales. No considera los mayores beneficios que gracias a esa decisión consiguen los proveedores de contenido. En la terminología económica, hay una externalidad positiva que el operador no incorpora a su decisión de inversión. Es plausible, en otras palabras, la paradoja de que los proveedores de contenido no puedan mantener el ritmo de crecimiento de sus beneficios por no ser capaces de encontrar una forma de financiar la inversión requerida en capacidad de la red de acceso. Un pago por la entrega del contenido resolvería ese fallo de mercado y mejoraría la rentabilidad esperada de la inversión e induciría a los operadores a proporcionar una mayor capacidad.

Conclusión

La prestación de servicios por parte de los operadores de comunicaciones electrónicas constituye un mercado de doble cara. Hay argumentos sólidos para explicar cómo el cobro de un precio por la entrega de contenido generaría mayor consumo de conectividad y contenido. Esto favorecería en condiciones realistas no solo al usuario final, sino también a los proveedores de contenido.

Los operadores europeos son mucho menos rentables que sus pares norteamericanos o asiáticos, y las inversiones en red ambicionadas no están ni mucho menos aseguradas. Aceptar que las redes de telecomunicación también son un mercado de doble cara, y tener en cuenta esa particularidad al definir el marco regulatorio, incentivaría el despliegue de infraestructuras de telecomunicación y el mayor uso de estas, para beneficio de todos y en especial de los consumidores y empresas europeos.

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