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Maximizando el bienestar social: precio frente a uso

El objetivo político definitivo debería ser maximizar el bienestar social. La reducción de los precios podría aumentar el bienestar social en el corto plazo, pero se corre el riesgo de obstaculizar la inversión y generar el efecto contrario en el largo plazo.

Gráfico con precios

En el ámbito de la regulación y competencia, el objetivo político definitivo debería ser maximizar el bienestar social. A pesar de la abundante literatura al respecto, persisten ideas erróneas sobre la naturaleza del bienestar. El objetivo de este post es recordar la lógica económica básica que subyace en tal concepto y reflexionar sobre si el foco tradicional en los precios como objetivo político está bien orientado.

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El uso impulsa el valor

La base para el cálculo del bienestar es la curva de demanda. Asumiendo que nos podemos aproximar al valor a partir de la disposición a pagar, la curva de demanda representa el valor que los consumidores atribuyen a cada unidad de producto o servicio consumido. Dicha curva suele representarse con una pendiente descendente, para mostrar que, a medida que aumentan las cantidades consumidas, se asigna un valor menor a cada unidad adicional consumida [1].

El valor total creado por el consumo de una determinada cantidad de un bien o servicio es la suma de todos los valores atribuidos a cada una de las unidades individuales.  Puede representarse gráficamente como el área bajo la curva de demanda, tal como se muestra en el gráfico 1. Es evidente que el valor acumulado por los consumidores depende del uso: cuanto mayor sea el uso, mayor será el valor generado.

Los costes de producción determinan el valor neto para la sociedad y el bienestar social

Antes de ser consumidos, los bienes y servicios necesitan ser producidos. La producción requiere recursos que, si se dedican a un bien o servicio concreto, no pueden emplearse en otra actividad. Incluso la actividad más elemental, como recoger bayas de un árbol, requerirá un tiempo que podría emplearse en otra cosa. Por lo tanto, para determinar el bienestar social creado por la actividad, hay que restar el coste de producción del valor adquirido por el uso.


En este gráfico, la curva muestra el coste medio de producción para cada cantidad total producida, es decir, los costes totales divididos por el número de unidades producidas). A su vez, disminuye a medida que aumenta el número de unidades producidas, lo que siempre ocurre si hay costes indivisibles relevantes, como una máquina de producción o una antena de una red móvil. Por sencillez, supondremos que solo hay un productor.

Los precios determinan cómo se reparte el valor entre consumidores y productores

Incluso desde las primeras etapas del desarrollo de una economía, la mayoría de los bienes que consume un individuo son producidos por otro individuo y obtenidos a través del comercio.

Aparece entonces un precio de intercambio que, de alguna manera, distribuye el bienestar creado entre las dos partes implicadas, es decir, el usuario final o comprador, y el productor o vendedor. Por supuesto, tanto el consumidor como el productor tratarán de conservar para sí la mayor cantidad de valor posible, pero es importante señalar que la distribución real no tiene un impacto directo en el bienestar total, al menos no en un contexto estático.


El gráfico 3 ilustra cómo los precios determinan la distribución del bienestar, suponiendo que el precio es el mismo para todas las unidades y se fija en un nivel igual a la disposición a pagar por la unidad menos valiosa consumida. Se deduce gráficamente el correspondiente excedente del consumidor y los beneficios del productor.

Se puede ver fácilmente que, aunque el bienestar creado para los consumidores por esta actividad concreta siempre aumenta con el uso, para que ese resultado sea sostenible los productores tienen que cubrir al menos su coste de producción. Las inversiones pueden darse por sentadas en el corto plazo, por lo que el bienestar de los consumidores puede incrementarse con poco esfuerzo sin más que exprimir una máquina de producción existente o una red de telecomunicaciones hasta su máxima capacidad, y permitiendo a los consumidores disfrutar del consumo de toda la producción. Sin embargo, esta situación no es sostenible a menos que los productores cubran sus costes de producción y, por tanto, se vean incentivados a invertir y renovar los activos a medida que se van deteriorando y quedando obsoletos.

Entonces, ¿cómo se puede aumentar el bienestar social?

A muy corto plazo, en que tanto el valor para los consumidores como los medios de producción vienen dados, la forma más inmediata de aumentar el bienestar total es inducir un aumento del uso mediante una reducción de los precios. Un regulador benévolo podría intentar estimar el coste de producir una unidad adicional (el «coste marginal») y limitar los precios a ese nivel (véase el gráfico 4).

Sin embargo, esto plantea dos problemas. El primero es el hecho de que, mientras los consumidores siempre ganan con la reducción de precios, los productores obviamente, no. En general, se argumenta que mientras el aumento del excedente de los consumidores sea mayor que la disminución de los beneficios de los productores, la sociedad estará mejor en su conjunto, al menos a corto plazo, pero sigue siendo cierto que el resultado se obtendrá a costa de una de las partes.

El segundo es el riesgo de fijar un precio que no permita al productor recuperar los costes fijos (véase la zona roja del gráfico 4). La información sobre las estructuras de costes y la forma de la curva de la demanda de que dispone el regulador nunca es completa ni totalmente exacta, y la presión para inducir reducciones de precios es alta. Es fácil ver que se corre el riesgo de subestimar los costes que se debe permitir al productor recuperar, o de sobreestimar los niveles de consumo para un precio determinado. Si eso ocurre, los pagos de los consumidores no permitirán recuperar los costes fijos y las futuras inversiones de los productores estarán en peligro [2].

Una segunda forma de aumentar el bienestar es aprovechar las economías de escala. En los sectores con altos costes fijos, el coste medio por unidad disminuye a medida que se producen más unidades.

Cuando esto ocurre, tener varios productores no es eficiente desde el punto de vista de los costes. Esto se ilustra en el siguiente gráfico, en el que se crean sinergias de fusión sin que ello repercuta en el excedente del consumidor, liberando recursos que pueden utilizarse en otros ámbitos.

Aún más interesante es constatar que se pueden conseguir aumentos mucho mayores del bienestar creado por una actividad mediante desplazamientos de la curva de demanda a la derecha, lo que supone aumentar el valor que los consumidores extraen del consumo. Esta idea se muestra en el gráfico 6.

Los productores tienen todos los incentivos para desencadenar y promover este proceso y por eso las empresas dedican una gran cantidad de recursos a innovar y facilitar la adopción por parte de los usuarios.

Facebook/Meta, por ejemplo, está invirtiendo miles de millones en I+D para las gafas de Realidad Virtual (RV) porque cree que el valor de las redes sociales para los usuarios finales será mucho mayor en un contexto de RV. En términos de nuestro modelo económico simplificado, lo que tratan de hacer es precisamente desplazar hacia la derecha la curva de demanda de las redes sociales.


Una cuestión relevante para los responsables políticos y reguladores es si el nivel de beneficios actual puede influir en la probabilidad de futuros desplazamientos de la demanda como el que se representado en el gráfico 6.

Tanto reguladores como autoridades de competencia suelen considerar que las preferencias de los consumidores son una variable independiente, no afectada por los beneficios de los productores, pero esta suposición no se cumple cuando entran en el análisis otras consideraciones dinámicas.

Es más realista suponer que el nivel de beneficios, tanto el actual como el esperado, configura en gran medida los incentivos y las posibilidades de los productores para invertir en la mejora del valor de sus productos, como se ha descrito anteriormente.

Si este es el caso, los responsables políticos no deberían dar por sentado que promover la reducción de precios para inducir un mayor uso a través de un movimiento dentro de una curva de demanda determinada, es siempre positivo para el bienestar social. También deberían evaluar si sus acciones dificultan futuros desplazamientos de esas curvas de demanda que reflejarían un aumento del valor de los productos y servicios para los consumidores.

Conclusión

1. El bienestar social es una medida de cómo una actividad productiva mejora la vida de los individuos. Se rige por el uso que hacen los consumidores y la utilidad que extraen de la actividad.

2. Los precios no tienen un impacto directo en el bienestar social, pero determinan cómo el valor creado se reparte entre consumidores y productores.

3. A corto plazo, la reducción de los precios puede aumentar el bienestar social al desplazar el punto de equilibrio hacia la derecha en la curva de demanda. Sin embargo, esto tiene el riesgo de obstaculizar futuras inversiones si los productores se ven limitados en la recuperación de sus costes fijos.

4. La mejor manera de aumentar el bienestar social es desplazar toda la curva de demanda hacia la derecha. Se trata de un proceso impulsado normalmente por los productores, mediante un proceso de descubrimiento alimentado por los recursos de que disponen y la expectativa de beneficios futuros.

Referencias:

[1] Véase Varian, H. R. (2019): Intermediate Microeconomics: a modern approach, 9th edition. Norton, New York.

[2] Véase Hausman, J.A. (2000) «Regulated costs and prices in telecommunications», Massachusetts Institute of Technology, Cambridge, USA. Disponible en Doc 7 . tif (mit.edu).

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