Claudia Mitchell es una joven norteamericana a la que en el año 2004 un accidente de moto le produjo la amputación casi total de su brazo izquierdo. Hoy tiene instalada una prótesis que mueve exclusivamente con los impulsos de su cerebro y que le permite hacer una vida completamente normal. Su nuevo brazo es una maravilla tecnológica integrada por sensores, ordenadores y micromotores que le han devuelto una capacidad operativa casi total pero, sobre todo, es el paradigma de la clarísima tendencia de futuro que va a marcar las relaciones futuras entre la tecnología y la discapacidad.
Una tendencia que habla de las Tecnologías de la Información y las Comunicaciones (TIC) como herramientas de restitución de capacidades que la enfermedad, la genética, el azar o lo fortuito han quitado a cualquier persona. Ya no hablamos de accesibilidad a funciones más o menos vitales, o de funcionalidad paliativa en personas con discapacidad gracias al uso de las TIC. Estamos hablando de un escenario mucho más avanzado, de un camino innovador que convierte a las TIC en la pieza esencial para la comunicación y la inclusión de personas con discapacidad.
Es un hecho que las TIC están facilitando la vida de este colectivo. Conocemos las prótesis neurales que permiten restaurar funciones dañadas por el Parkinson; las neuroprótesis que tratan lesiones medulares; los chalecos guía para invidentes que les garantizan plena autonomía y capacidad; los traductores de voz al lenguaje de los signos; los teléfonos móviles que convierten los SMS en audios y vídeos; los implantes de electrodos que permiten a los enfermos de esclerosis todo tipo de movimientos… Importantes segmentos de la ciencia médica han sufrido tal impacto de las TIC que se difumina la diferencia entre lo curativo o paliativo y lo restaurador, y que convierte a esas ciencias clínicas y biológicas en ciencias de la información.
El año pasado, la UE publicó su Agenda Digital con un capítulo específico para el mundo de la discapacidad. Lanzaba un reto para las compañías que fuesen capaces de poner en el mercado productos y servicios para facilitar la superación de la discapacidad ya que se calculan 44 millones de personas discapacidad en el continente en el horizonte del año 2020, con un mercado potencial de 30.000 millones de euros.