Jorge Arlitt, Editor y Community Manager. Responsabilidad Corporativa y Sostenibilidad de Telefónica S.A.
Hace unos meses la ONU dio un dato esperanzador: gracias a las actuaciones derivadas de los Objetivos de Desarrollo del Milenio desde 1990, se ha reducido en la mitad la situación de pobreza extrema en el mundo. Pese a ello, aún hoy 1200 millones de habitantes viven esta condición, que supone vivir con menos de 1,25 dólares al día.
El pasado mes, el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) lanzó el Informe de Desarrollo Humano 2014 en el que se estima que –midiendo otros aspectos además del económico, como son el acceso a saneamiento, agua potable, electricidad, educación básica o al sistema de salud– más de 1500 millones de personas en todo el mundo viven en situación de pobreza. Esto se debe en gran parte a la vulnerabilidad. «Erradicar la pobreza extrema no solo consiste en reducir sus niveles a cero, sino en asegurarse también de mantener estos logros», subraya el organismo. Y es que aunque las cifras mejoran, todavía son 800 los millones de personas que, habiendo salido de la pobreza, pueden volver a caer en ella debido a las grandes adversidades en aspectos como los servicios básicos o las crisis económicas.
Si bien es relativamente cierto que la pobreza disminuye, el problema se está agravando en cuanto a las desigualdades. Mientras que en términos globales la tasa de crecimiento está avanzando, este progreso está siendo muy desigual. El informe del PNUD evalúa tres indicadores: disfrutar de una vida larga y saludable, acceso a educación y nivel de vida digno. Únicamente el primero, el relativo a la salud, está mejorando muy poco a poco. Y esto es debido a la mejora de los sistemas de salud, que provocan un aumento en la esperanza de vida, especialmente en los países más pobres.
Sin embargo, el punto negativo lo encontramos en los otros dos factores: la posibilidad de acceso a la educación y el nivel de vida digno. La brecha en el acceso a la educación ha aumentado especialmente en Asia Meridional, Estados Árabes y África Subsahariana –lugares donde el trabajo infantil sigue siendo un gran problema–. Además, y aunque económicamente existe crecimiento, la desigualdad en los ingresos también está al alza: el reparto de la riqueza no es equitativo.
Estas desigualdades también son palpables en el desarrollo por género. Así, únicamente en 16 de los 145 países evaluados el Índice de Desarrollo Humano es mayor en las mujeres que en los hombres. Los datos muestran que las mujeres están un 8% por debajo en cuanto a desarrollo. Y esto es consecuencia directa de otro factor alarmante: el ingreso nacional bruto per cápita de los hombres es más del doble que el de las mujeres.
Para impulsar el desarrollo y evitar que se den pasos hacia atrás, el PNUD advierte que hay que poner el foco en diversos asuntos que acentúan dicha vulnerabilidad. Entre todo lo que queda por hacer, el organismo apunta a la situación de los más de 1.500 millones de personas que viven en países en conflicto, de las personas sin acceso a la salud o la educación básicas –que tienen menos capacidad de poder hacer frente a los peligros–, o al refuerzo sistemas de protección como prestación por desempleo y la regulación de los mercados de trabajo.