Enlazando de algún modo con el artículo anterior en el que hablábamos de la desinformación como una de las amenazas para la democracia, esta vez nos referimos a la importancia que tiene la capacidad de poder leer textos complejos como medio para adquirir un pensamiento crítico. “Ciudadanos bien informados” o “la solución suele estar en la educación” son ideas comunes a ambos artículos.
La frase de Margaret Atwood se usa como cierre del Manifiesto de Liubliana, que es el documento que suscita esta reflexión y que fue presentado en la pasada Feria del Libro de Fráncfort, en la que Eslovenia era el país invitado de honor. El Manifiesto ha sido redactado por un grupo internacional de profesores universitarios, autores, partícipes de la industria del libro, autoridades en el ámbito de la educación y la cultura.
The Ljubljana Reading Manifesto
La idea central del Manifiesto es que en tiempos complejos como estos es importante que los ciudadanos sean capaces de leer textos también complejos. La comprensión lectora se está reduciendo, y esa es una capacidad fundamental y necesaria para articular un pensamiento de cierta profundidad. Leer es uno de los principales caminos de desarrollo personal.
No será probablemente una iniciativa que tenga mucho eco mediático, así que el infinitesimal que cada uno pueda darle contará. En todo caso, se está buscando el apoyo institucional de la Unión Europea para situar así este asunto en un debate público más amplio.
Aclaremos que cuando hablamos de textos complejos nos referimos en realidad a casi cualquier cosa que exceda un titular, un tuit o un artículo breve. Un reportaje en prensa, una novela, un ensayo, un ‘paper’ científico sobre cualquier disciplina, un artículo en un blog, etc. Y es aplicable también a lo que se escucha en un formato largo: una entrevista en profundidad, un podcast monográfico, que muchas veces ya no se escucha, sino que solo se oye, como si fuera música de fondo.
El Manifiesto señala que estar en condiciones de saber leer textos complejos vendría a ser una suerte de requisito previo para ser demócrata. Para participar como ciudadanos informados en una sociedad democrática se necesitan capacidades de lectura que vayan más allá de la mera descodificación de textos, porque eso es lo que permite que exista el pensamiento crítico, que es el que nos enseña o ayuda a tomar decisiones complejas.
En palabras del propio Manifiesto, «sin él [el pensamiento crítico], no estamos preparados para contrarrestar las simplificaciones populistas, las teorías de conspiración y la desinformación y, en consecuencia, nos volvemos vulnerables a la manipulación […] [La lectura atenta] es nuestra herramienta más poderosa para el pensamiento analítico y crítico. Ejercita la metacognición y la paciencia cognitiva, amplía nuestras capacidades conceptuales, entrena la empatía y la toma de perspectiva, habilidades sociales que son indispensables para los ciudadanos informados en una sociedad democrática».
Leer bien
Todos queremos pensar que sabemos leer bien y que comprendemos lo que leemos, pero la formación para leer bien es cada vez menos profunda, y además la capacidad preexistente se va deteriorando.
Se dice que el mundo digital ha hecho que hoy en día se lea más que nunca en la historia, pero también hay acuerdo en que esta se ha vuelto una lectura superficial, y que el hábito -y, con él, la capacidad- de leer textos largos cada vez lo es de menos personas. Y sin esta capacidad nos quedaremos solo en los titulares, en fragmentos sin contexto, lo que nos generará una reacción casi instintiva y carente de reflexión que, en general, tenderá a ser simple y polarizada.
En este sentido, el Manifiesto pone de relieve que, «si bien las tecnologías digitales ofrecen un gran potencial para nuevas formas de lectura, investigaciones empíricas recientes muestran que el entorno digital está teniendo un impacto negativo en la lectura, en particular en la lectura larga y la comprensión lectora. Tampoco está claro si la transición a los medios digitales realmente cumple su promesa de mejorar los resultados del aprendizaje…”.
Junto a estos factores tecnológicos hay otros (a veces asociados a ellos) que conspiran contra la lectura pausada: pereza, falta de atención, falta de tiempo, impaciencia, percepción de escasa utilidad, etc.…, y, aunque algunos parecen más bien excusas (también hace falta tiempo para ese eterno pasar reels y leer tuits de desconocidos…), con todos ellos se va formando un bucle que empieza con que no se lee y que termina en que se acaba leyendo peor, porque leer bien también requiere práctica.
Como ejemplo y traducción práctica de este deterioro tenemos los datos del Informe Pisa, publicado hace unas semanas, en el que se constata una permanente e imparable reducción a nivel mundial de las capacidades de comprensión lectora (medida en personas de 15 años). El informe confirma además las ya tradicionales diferencias entre sexos: en comprensión lectora las mujeres tienen una puntuación significativamente superior en todos los países. Sin embargo, la tienen inferior en matemáticas, con las implicaciones que después esto tiene en cuanto a itinerarios educativos y laborales elegidos y las consecuencias en diferenciación salarial global posterior que se infiere que tienen esas elecciones.
Es también un dato no discutido que hoy en día y en todos los países la mayoría de los lectores son mujeres. Quizá este mayor volumen de lectura pueda tener alguna correlación con los mejores resultados en las pruebas de comprensión.
¿Y qué pinta un abogado hablando de lectura atenta?
La lectura paciente es imprescindible en algunas profesiones, tal y como como sucede en el mundo del derecho: las relaciones entre frases, los sobreentendidos, los textos y subtextos, las elipsis, las inferencias y la interpretación de lo escrito… todo lo que está (y lo que subyace) en un texto legal o contractual debe poder ser descodificado adecuadamente, aclarando las ambigüedades, rellenando las zonas vacías o grises, y eso sólo se puede hacer si se dispone de un rango de lectura adecuado. Esto es extrapolable a muchos otros ámbitos profesionales que manejan la palabra, dicha o escrita, como herramienta fundamental.
Además, la lectura atenta es un ejercicio de atención que expande el vocabulario y las capacidades conceptuales. Un desvío aquí hacia la literatura: la inmersión en la ficción de una novela nos da referencias para entender por qué las personas pueden actuar de uno u otro modo, nos enseña cómo profundizar en interpretaciones diferentes y nos entrena para detectar contradicciones y errores en el texto. Las novelas son herramientas de comprensión del mundo, son lupas, son cauces para imaginar, para ponernos en otras situaciones y en otras pieles y para entender la complejidad humana y los grises de su conducta. Y para poder hacer todo eso es necesario ser capaces de leer de forma atenta y plena.
En un ámbito más general, en la cadena ya clásica de nueve pasos que media entre lo que piensa el emisor de un mensaje y lo que acaba entendiendo el receptor (lo que pienso, lo que quiero escribir, lo que creo escribir, lo que escribo, lo que quieres leer, lo que lees, lo que crees leer, lo que quieres leer y lo que entiendes) hay múltiples riesgos de incomprensión que es posible reducir si se lee y escribe bien.
La inteligencia artificial y su relación con la lectura atenta
No podemos dejar de mencionar aquí las dos palabras de moda: inteligencia artificial. Uno podría preguntarse: ¿para qué necesito ser capaz de leer con atención si ya puedo pedirle a una IA que lo haga por mí y me dé un resumen con aquello que necesito saber? El Manifiesto también apunta indirectamente a esto al decir que “debido a la propensión a la eficiencia, la complejidad de la lectura se considera como un problema que debe resolverse mediante la simplificación y no como un espejo de la complejidad humana…”. Hay dos respuestas: ante todo, porque necesitamos retener el control de la formación de la propia opinión. Y, en segundo lugar, porque, por ahora, parece claro que la finura lectora y redactora humana, el matiz y el contexto, y la ironía, son habilidades humanas distintivas, y que seguirá habiendo textos que una IA no sea capaz de descodificar plenamente, aunque la distancia se va reduciendo cada día.
¿Será pronto una IA media capaz de leer con más atención que un humano medio? Es probable, y el remedio no pasa por limitar las capacidades de la IA, sino por elevar las del humano. Como ejemplo tenemos ya las traducciones hechas por IAs, que van mejorando a pasos agigantados pero que aún no son capaces de dar respuesta perfecta en la traducción de giros idiomáticos, modismos, dobles sentidos… pero lo harán, porque eso solo es cuestión de experiencia y fuentes.
Y, así, los refranes, los juegos de palabras, las bromas ocultas, pueden terminar por desaparecer, porque serán innecesarios. Quizá los humanos nos acabemos adaptando a los rangos semánticos y sintácticos que empleen las IAs, que probablemente prescindirán de esos adornos y complicaciones que a su juicio sólo ensuciarán el lenguaje.
La educación y la promoción de la lectura
Para acabar, volvamos al Manifiesto, que se cierra con un llamamiento a la educación y la promoción de la lectura, «que deben ir más allá de enseñar habilidades funcionales e informativas básicas a los niños en edad escolar y centrarse en el proceso de desarrollo personal a lo largo de toda la vida, mejorado por la lectura de nivel superior”.
En resumen: la capacidad de leer bien es una herramienta para la vida, un arma de comprensión del mundo, y adquirir o mantener la capacidad de leer textos largos es una forma de defensa en un mundo en el que todo se simplifica.
Si algo de lo anterior te ha hecho mover la cabeza de arriba abajo en algún momento, dedícale entonces por favor un minuto más a esto y considera adherirte al Manifiesto de Liubliana.