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Europa debe actuar ya: una conectividad de primer nivel es clave para su prosperidad

Europa debe corregir los desequilibrios del mercado digital para garantizar su competitividad y liderazgo como sociedad digital. El nivel de inversión de los operadores es sustancial, pero no suficiente para cumplir los objetivos europeos digitales y de conectividad.

Europa debe actuar ya

Juan Montero Rodil

Se necesita bastante creatividad para imaginarse las futuras tecnologías que se incorporarán a nuestra vida cotidiana. Hace tan solo diez años, los relojes inteligentes o los teclados USB para tabletas se consideraban tendencias de vanguardia. A pesar de que, como ciudadanos, principalmente experimentamos tales innovaciones a través de hardware y software, solo pueden convertirse en realidad mediante una conectividad avanzada.

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Para que podamos seguir disfrutando de estas innovaciones, se necesita realizar enormes inversiones en infraestructuras de telecomunicaciones. Hace ya tiempo que el modelo de pago que rige el mercado digital se ha quedado obsoleto, lo que socava la capacidad de los operadores de telecomunicaciones para financiar, por sí solos, tales inversiones. Reequilibrar el mercado es la clave para garantizar nuestra futura calidad de vida digital, prosperidad y competitividad.

La prosperidad de Europa está ligada a su capacidad de desplegar la tecnología del futuro

En un futuro cercano, enviar a nuestro avatar a comprar un abrigo en un centro comercial virtual puede convertirse en una actividad cotidiana. O pedirle que asista a una clase en un colegio virtual. También, wearables, sensores de la piel y sensores en el cuerpo monitorizarán nuestra salud, permitiéndonos informar en tiempo real o prevenir enfermedades, aliviando la presión de los sistemas sanitarios. Se podría incluso llegar a un punto en el que un “gemelo digital” se convierta en un doble de nuestro cuerpo y nos ayude a predecir cómo evolucionará nuestra salud.

Algo que parece sacado de una novela de ciencia ficción, pronto puede ser nuestra realidad.  La pandemia del COVID-19 ha demostrado la facilidad con la que podemos adaptarnos a las nuevas tecnologías y utilizarlas en nuestro día a día. Tras una primera reacción de asombro, no nos extrañaría, por ejemplo, que los ordenadores cuánticos fueran capaces de computar tal cantidad de variables en el complejo sistema meteorológico que, en comparación, los actuales pronósticos del tiempo parezcan una labor casi de clarividencia. Esto nos permitirá saber cuándo y cuánto regar los campos, cuándo cosechar o cuándo es preferible no viajar debido a condiciones adversas.

La Unión Europea ha fijado unos objetivos ambiciosos para mejorar la conectividad del continente

Un “pero”: estas nuevas tecnologías requieren infraestructuras de telecomunicaciones capaces de soportar el incesante crecimiento de datos que se genera y ofrecer unos niveles de calidad de servicio cada vez más exigentes. Si queremos mantener el ritmo que marca la vida digital, necesitaremos que las operadoras aumenten todavía más el nivel de sus ya elevadas inversiones.

Sería imperdonable que nosotros -responsables políticos, líderes del sector y de la sociedad civil- nos permitamos vivir ajenos a la realidad. Lo cierto es que mientras Estados Unidos, China y Asia avanzan a buen ritmo en el despliegue de redes de muy alta capacidad para sus ciudadanos y en la digitalización de sus economías, Europa se está quedando atrás. Pero no solo estamos hablando de tener el ancho de banda deseable para abarcar la creciente transmisión de video o juegos; la conectividad avanzada es clave si queremos blindar nuestra economía a futuro.  La fortaleza, resiliencia y seguridad de las redes son las que finalmente determinarán si Europa, sus empresas y ciudadanos podrán seguir siendo competitivos o no.

Según el Informe Global de Fenómenos de Internet, publicado en enero de 2023 por la empresa de inteligencia de aplicaciones y redes Sandvine, el Foro Económico Mundial predice que la democratización de la informática y el despliegue de Internet de alta velocidad puede liberar billones de dólares a la economía global y generar decenas de millones de empleos. Las redes son el elemento vital para aflorar estos beneficios, pero solo sucederán -o sucederán antes- si se llevan a cabo inversiones masivas en banda ancha fija e inalámbrica.

En la última década, el tráfico de datos ha aumentado alrededor del 30% anual mientras que los ingresos de los operadores de telecomunicaciones, basados principalmente en tarifas planas, se han estancado. A pesar de que los operadores están teniendo dificultades para monetizar estos datos, deben continuar haciendo inversiones masivas en redes de muy alta capacidad. La incapacidad del sector para obtener rendimientos adecuados de la inversión puede poner en peligro el desarrollo de redes a largo plazo, lo que es perjudicial para el éxito de los ambiciosos objetivos de la Década Digital de la UE. Por ello, es importante que se actúe ahora.

El compromiso de las operadoras de telecomunicaciones con estos objetivos es firme. Telefónica y otros operadores de telecomunicaciones europeos están invirtiendo notablemente en infraestructura digital para que todos los hogares europeos tengan cobertura 5G y acceso a una red Gigabit en 2030. Nuestro foco está puesto en desplegar y actualizar la infraestructura fija a velocidades gigabit, acelerar el 5G para cerrar las brechas de cobertura y desplegar 10.000 nodos de edge computing de baja latencia.

Para cerrar la brecha de inversión, los grandes generadores de tráfico deben asumir su parte

A pesar de que los operadores de telecomunicaciones han invertido más de 500.000 millones de euros durante los últimos diez años, la Comisión Europea ha identificado una importante brecha de inversión. Los cálculos marean: faltan 65.000 millones de euros al año. En este sentido, la CE estima que sólo para cumplir con los objetivos intermedios de la “Sociedad Europea del Gigabit” fijados para 2025, se necesitan 250.000 millones de euros. Además, reconoce que la necesidad de inversión aumentará significativamente para alcanzar los objetivos de la Década Digital en 2030.

Se trata, por tanto, de una brecha extraordinaria, que las operadoras de telecomunicaciones no pueden cerrar solas. El negocio de las telecomunicaciones sigue funcionando bajo modelos de pago obsoletos, heredados de los albores de Internet a mediados de la década de los noventa. Unos modelos que, con el paso del tiempo e involuntariamente, siguen permitiendo que la creación de valor derivada de las nuevas tecnologías fluya hacia los bolsillos de unos pocos jugadores del ecosistema digital.  El poder de negociación de los grandes generadores de tráfico (LTO en inglés) se ha ampliado significativamente en los últimos años. El resultado ha sido una disociación total entre el tráfico transportado y los ingresos de los operadores de telecomunicaciones. Esto es debido a que, en el largo plazo, los grandes generadores de tráfico no contribuyen equitativamente a los costes del tráfico transportado a través de las redes nacionales por las que prestan sus servicios.

En pocas palabras, los operadores de telecomunicaciones llevan años haciendo inversiones multimillonarias para construir redes que puedan soportar un crecimiento imparable del tráfico de datos y del nivel de calidad de servicio. Esto lo hacen sin recibir ninguna compensación por parte de unas pocas plataformas gigantes de internet (LTO), que son, por un lado, responsables de generar alrededor de la mitad del tráfico global de Internet y, por otro, los principales beneficiarios de la calidad de la red disponible para que puedan seguir monetizando sus servicios. Esta situación, ya no es sostenible.

Nuestra propuesta para equilibrar el mercado digital

La solución que nosotros proponemos es bastante simple: la UE debe garantizar que ese reducido número de gigantes plataformas de internet tengan la obligación de sentarse, negociar y llegar a acuerdos para fijar un precio justo y proporcional por los servicios de tráfico que se les presta. Una regulación de este tipo permitirá reequilibrar el ‘tablero de juego’ y que las operadoras puedan seguir invirtiendo en la infraestructura digital necesaria para cumplir con los objetivos digitales de la Comisión Europea. Además, supone un acicate para que las grandes tecnológicas sean mucho más eficientes con sus necesidades de tráfico.

Por último, una contribución justa al esfuerzo inversor por parte de este reducido grupo de grandes plataformas de Internet permitirá un despliegue más rápido de las redes de muy alta capacidad que Europa necesita sin poner todo el peso de la inversión en los consumidores, que son actualmente los únicos contribuyentes a la inversión para la transición a 5G y fibra.  

Ahora es el momento de que Bruselas marque el rumbo para que el sector de las telecomunicaciones pueda cumplir con los ambiciosos, pero muy necesarios, objetivos de conectividad para la Década Digital, cerrando la brecha de inversión en beneficio de todos los europeos. Sólo así evitaremos el riesgo de que ciudadanos y empresas de la Unión Europea vivan, en un futuro próximo, en una sociedad digital de segunda clase.

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