Y este año, seguramente, no ha sido la excepción. Pero seamos realistas: para mediados de enero, gran parte de esos objetivos ya habrán quedado en el olvido. ¿Por qué pasa esto? Quizás porque nos sobrecargamos con demasiadas metas al mismo tiempo o porque no logramos encontrar la motivación necesaria para llevarlas a cabo.
Por eso este año he decidido simplificar. En lugar de intentar cumplir una larga lista de propósitos, me he propuesto uno solo: ser amable. Puede parecer sencillo, pero ser amable no solo transforma la forma en que vivimos, sino también el impacto que tenemos en los demás.
¿Por qué la un propósito puede cambiar tu vida?
La amabilidad es una actitud poderosa que, aunque parece simple, tiene un impacto profundo en nuestro bienestar y el de quienes nos rodean. Estudios de psicología positiva demuestran que practicar la amabilidad puede aumentar nuestra felicidad, mejorar nuestras relaciones y contribuir a una sociedad más rica en calidad humana.
Cada día tenemos incontables oportunidades para ser amables: al dar las gracias, al saludar a alguien, o al reconocer el esfuerzo de otro. La amabilidad no es solo un regalo para los demás, sino también para nosotros mismos. Cuando somos amables, activamos un mecanismo interno que nos hace sentir bien. Y lo mejor de todo es que se amable es gratis.
A continuación, os comparto cómo pienso podemos practicar la amabilidad en los tres ámbitos de nuestra vida: en la familia, con los amigos y compañeros de trabajo, y con desconocidos.
La amabilidad en la familia: cariño y tiempo
En el núcleo familiar, la amabilidad se traduce en gestos cotidianos de cariño y en dedicar tiempo de calidad a los que más queremos. Vivimos en un mundo acelerado donde muchas veces decimos que no tenemos tiempo para estar con nuestros hijos o nuestra pareja. Sin embargo, si podemos pasar horas frente al televisor o el móvil, ¿por qué no podemos invertir ese tiempo en escuchar, abrazar o simplemente acompañar a nuestros seres queridos?
Ejemplo práctico
Un día llegas agotado del trabajo y tu hijo te pide que le leas un cuento antes de dormir. Puede que sientas la tentación de decir «hoy no», pero el simple acto de leerle con cariño, aunque estés cansado, y sobre todo no saltarte ningún párrafo, crea un momento especial que ambos recordereis, en especial tu hijo. Es en esos pequeños sacrificios donde la amabilidad demuestra su verdadero poder.
Con los amigos: valorar y reconocer
La amabilidad con los amigos fomenta conexiones más profundas y un ambiente de confianza. Valorar a tus amigos no siempre requiere grandes gestos; a veces, un reconocimiento sincero por algo que han hecho o simplemente dedicar tiempo a estar presente puede marcar la diferencia.
Ejemplo práctico
En vez de centrarte en tus logros o preocupaciones, dedica un momento a reconocer lo que tus amigos hacen bien. Decir cosas como «Admiro mucho tu esfuerzo en ese proyecto» o «Gracias por estar siempre ahí» fortalece los lazos y crea una relación más significativa.
Con los compañeros: escucha y generosidad
La amabilidad con los compañeros de trabajo no solo fortalece las relaciones, sino que también crea entornos más positivos y colaborativos. Muchas veces olvidamos que un simple y sincero «gracias», «buen trabajo» o «¿cómo estás?» puede marcar la diferencia en el día de alguien.
Ejemplo práctico
En el lugar de trabajo, practicar la amabilidad puede ser tan sencillo como reconocer los logros de un compañero o mostrar un interés genuino en sus ideas. Otra forma poderosa es practicar la escucha activa: cuando alguien te hable, deja de lado lo que estés haciendo y ofrécele toda tu atención. Evita ser de esas personas que, mientras escuchan, siguen escribiendo en el teclado y dicen: «Sigue, te estoy escuchando». Tu plena presencia puede marcar una gran diferencia.
Con desconocidos: rompiendo la rutina del Individualismo
Vivimos en un mundo donde, a menudo, las personas se convierten en meros extras en el escenario de nuestra rutina diaria. En el transporte público, en las calles o en los comercios, es común ignorar a quienes nos rodean, evitando incluso mirarlos a los ojos. Pero ¿y si decidimos cambiar esa dinámica? ¿Qué pasaría si, al finalizar una compra, miras al cajero, lo llamas por su nombre y le dices: “Juan, ¿gracias por tu atención? ¿Haces un excelente trabajo, que tengas un gran día”?
Ejemplo práctico
Un día, mientras estás en el autobús, saluda al conductor con una sonrisa o pregúntale cómo está. Aunque parezca algo insignificante, estos pequeños actos de amabilidad pueden alegrar el día de alguien y crear un efecto en cadena.
La amabilidad: Un propósito que transforma
Ser amable no solo nos convierte en mejores personas, sino que también mejora nuestra sociedad. Una sociedad rica no se mide solo por su economía, sino por la calidad humana de las personas que la conforman. Al ser amables, enseñamos con el ejemplo y ayudamos a construir un mundo donde el respeto, la empatía y el afecto sean la norma, no la excepción.
Este año, te invito a unirte a este propósito. No necesitas grandes gestos ni mucho tiempo, solo la disposición de dar un poco de cariño y atención a quienes te rodean. Recuerda: una planta que no se riega, se marchita. Lo mismo ocurre con nuestras relaciones y con nuestra sociedad.
Empieza hoy mismo a cultivar la amabilidad. Y tú, ¿estás listo para cambiar el mundo con un simple «gracias» o una sonrisa?