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El espejismo de las fusiones transfronterizas de los operadores en la UE

El debate sobre la sostenibilidad de los operadores de telecomunicaciones europeos y de las fusiones ha resurgido con la reciente entrada de inversores extranjeros en el accionariado de Telefónica. Pero ¿son las fusiones transfronterizas la solución para fortalecer a estos operadores?

El espejismo de las fusiones transfronterizas de los operadores en la UE

Fernando Herrera González

Con la reciente entrada de Saudí Telecom Company (STC) en el accionariado de Telefónica, ha resurgido el debate sobre la baja valoración de los operadores de telecomunicaciones en la Unión Europea, y de la política de competencia que lleva a cabo la Comisión Europea (CE) en dicho mercado, ya candente de por sí por la operación Orange-Mas Móvil.

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Unos dicen que la política de forzar la existencia de un número mínimo de competidores en cada mercado es la causa de la baja valoración de los operadores. Otros dicen que los operadores serían más competitivos si se extendieran por toda la geografía europea en lugar de competir solo en uno o unos pocos Estados Miembros.

Una vez más nos encontramos a gobiernos y reguladores confrontados a la realidad del mercado y de la teoría económica.

Los operadores paneuropeos son deseables desde un punto de vista más político que económico, pues, viendo cómo funcionan realmente los mercados de las telecomunicaciones, no alcanzarían la viabilidad y fortaleza económica que se les presume, salvo que se enfrenten a estructuras de mercado sostenibles en cada área geográfica, por las razones que ahora se verán.

La realidad física detrás de las telecomunicaciones

Para que los ciudadanos europeos puedan disfrutar de servicios de telecomunicaciones, los operadores tienen que desplegar cables y antenas, que lleven la información deseada de unos puntos a otros. Todos estos medios constituyen la red de telecomunicaciones. Pero desplegar y mantener la red de telecomunicaciones es costoso, y solo se puede hacer si se generan los suficientes ingresos para cubrir estos costes, incluida la rentabilidad que esperan los inversores.

Como es lógico, la red desplegada solo permite dar servicios en los edificios a los que llegue tal red, o a la gente que se mueva por la zona cubierta si se trata de una red de servicios móviles. Por lo tanto, los ingresos requeridos han de venir forzosamente de la gente que viva o se mueva por esa zona.

Es por ello que un operador, para ser viable, tiene que conseguir un mínimo de clientes en el área que cubre su red, normalmente medido en % de los hogares pasados.

Cómo se consigue la rentabilidad de la red de telecomunicaciones

Ese porcentaje mínimo depende de dos aspectos: el coste del despliegue en la zona concreta, y del precio que estén dispuestos a pagar sus habitantes por el servicio, lo que se mide con el ARPU (Ingreso medio por usuario). A mayor coste de despliegue, mayor será el mínimo requerido; a mayor ARPU, menor será dicho mínimo.

Los operadores no saben lo que va a ocurrir en el futuro, y se pueden equivocar en sus apreciaciones sobre el éxito comercial de sus despliegues. Lo que sí es cierto es que una vez hecha la inversión y establecida la red, la única posibilidad del operador para recuperar su inversión es conseguir un número suficiente de clientes que contraten sus servicios.

Ya hemos visto que si el precio de los servicios que el operador presta sobre la red baja, la cuota de mercado requerida para ser rentable en esa zona será mayor. Y si no consigue una cuota de mercado suficiente a ese precio, tenderá a bajarlo con la esperanza de que la mayor cuota de mercado conseguida compense el menor precio fijado, y así pueda recuperar la inversión.

Compitiendo con otros operadores

Por supuesto, si solo hay una red en una determinada zona, el dueño de esta estaría en una situación relativamente cómoda para ser rentable. Sin embargo, como ocurriría en cualquier otro mercado, si ese operador solitario tiene mucha rentabilidad, otros operadores verán la oportunidad de desplegar su red en la misma zona y captar parte de los beneficios. Los nuevos operadores se enfrentarán a un reto análogo al del operador pre-existente, esto es, conseguir una cuota de mercado mínima en esa zona que le permita ser rentable al precio que cobra.

Pero, claro, el número de potenciales clientes no se ha incrementado. Esto es, esa cuota de mercado se tiene que obtener de los mismos edificios en que los consigue el primer operador. Puede ocurrir que haya varios operadores que piensen que pueden conseguir esa cuota y decidan entrar al mercado estableciendo su red. Sin embargo, el caso más frecuente en Europa es que los operadores ven un entorno regulador que favorece su entrada, al poder hacerlo sin desplegar red usando la de otro operador a precios orientados a costes.

Círculo vicioso hacia la pérdida de rentabilidad

Sea como fuere, la entrada de nuevos operadores hace que cada vez haya más agentes que requieren una cuota de mercado mínima para ser rentables y que, de no conseguirla, tenderán a la estrategia de precios descrita más arriba; bajarlos y esperar que el incremento de cuota de mercado así obtenido compense la pérdida de ARPU.

Si tienen éxito, los demás operadores se verán abocados a lo mismo, pero, a un precio menor corresponde una cuota de mercado mínima mayor. Por tanto, conforme los precios van bajando, cada vez es más difícil para los operadores conseguir esa cuota de mercado que les hace viables. Y, así podría continuar el círculo vicioso hasta que ninguno de ellos sea viable, las redes dejan de ser mantenidas y actualizadas, y los clientes pierden calidad en los servicios o incluso, en el extremo, se queden sin ellos.

La dinámica de mercado ofrece mecanismos para que no se llegue tan lejos: la quiebra o salida de aquellos operadores marginales que se dan cuenta de que no son viables.

Esta salida restablece para los que se quedan la posibilidad de ser viables si consiguen esa cuota de mercado mínima, ahora en competencia con menos agentes. En mercados como el de telecomunicaciones, donde, como se ha visto, el agente ha tenido que hacer una inversión en red, no cabe esperar que el operador abandone su red sin más: lo que normalmente hace es venderla a otro de los operadores presentes, o tratar de fusionarse con él. Es lo que estamos viendo en el caso de MásMóvil y Orange.

Y, de repente, la política de competencia

Sin embargo, en numerosas ocasiones, ese mecanismo de reestructuración del mercado ha quedado bloqueado por la Comisión Europea en su particular interpretación del concepto de competencia. Así, para la CE la competencia se produce solo si hay un número determinado de operadores en el mercado. Para ello, fuerza a los operadores que se concentran a que den unas condiciones privilegiadas a un nuevo entrante, lo que se conoce como “remedios”. Eso, cuando no bloquea directamente la operación, como en el caso de Hutchinson O2UK en Reino Unido.

De esta forma, la política de competencia impide el saneamiento del mercado, algo que, hay que insistir, ocurre en todos los mercados periódicamente. Y se reestablece el círculo vicioso descrito más arriba, pero cada vez un poco más cerca de una situación insostenible. Ese círculo vicioso es el que perciben los potenciales accionistas, y es una de las causas de la constante pérdida de valor de los operadores de telecomunicaciones en Europa que tanto parece preocupar en estos momentos a gobiernos y administraciones de la UE.

¿Qué alternativa propone la política de competencia? La apuntada al principio del artículo: fusiones con operadores de otras áreas geográficas hasta conseguir una dimensión paneuropea.

Pero, como se deriva de la explicación anterior, esa consolidación no soluciona el problema del operador, que no es otro que conseguir una cuota de mercado mínima en las áreas en que ha desplegado red.

El tamaño que precisan no es en términos absolutos, ser grandes por ser grandes, sino en relación con la geografía que cubren. Un operador con 1.000 clientes que supongan un 40% de su cobertura puede ser viable, mientras que otro con varios millones en toda la UE puede no ser rentable si su cuota de mercado es insuficiente en cada una de las áreas en que está presente. Pero es que además el argumento no es meramente teórico.

La experiencia de los operadores ha demostrado una y otra vez que una mayor presencia paneuropea no mejora la posición de los operadores, a menos que cada operación local sea económicamente atractiva y rentable por sí misma. Solo hay que ver la presencia que tenían en la UE operadores como Vodafone, Telefónica, y en menor medida Orange y DT, y la que tienen en la actualidad, todos ellos habiendo abandonado parte de su presencia anterior. Es evidente que tal salida no se hubiera producido si estuvieran siendo económicamente atractivas.

Por el contrario, operadores como Swisscom, con presencia únicamente en Suiza, superan en capitalización a otros operadores europeos extendidos por varios Estados Miembros.

Esta es la realidad del mercado de las telecomunicaciones, y mientras no cambien las tecnologías o las preferencias de los clientes, poco podrán hacer las autoridades europeas para cambiarla. Intentar distraer la realidad con el señuelo de las fusiones transfronterizas no va a cambiar la realidad, ni las urgentes necesidades del sector de las telecomunicaciones.

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