Search Menu

Cuento de Navidad

Augusto Quién, brillante alcalde de ‘Villa Quién’, pensaba para sí que en aquella ocasión iba a dar el campanazo padre.

Descubre más sobre este Cuento de Navidad escrito por nuestro compañero Félix Hernández . Entra ahora y no te lo pierdas.

Félix Hernández Rojas

Y tras muchas cábalas, pensó organizar un festival a lo más grande, uno que posicionase la ciudad en el competitivo mapa global navideño. ¿Y qué sería aquí lo diferente? ¿Millones de luces encendidas a un mismo tiempo? ¿La mayor pista de hielo, mayor que la del Grand Palais des Glaces, con el coro de la ciudad entonando a mil voces Fahoo Fores? ¿Un árbol que rivalizaría con el del Rockeller Center?¿Un mercadillo plagado de atracciones y decoraciones extravagantes, algo realmente tradicional y que hiciera sombra al Christkindlesmarkt de Núremberg?

Suscríbete al blog de Telefónica y entérate antes que nadie.





Así lo trasladó a sus convecinos. Y en la sala de juntas del Ayuntamiento, mientras hinchaba el pecho y gritaba, señaló las cortinas que ocultaban la pantalla y que entonces se descorrieron. Las luces se apagaron e inmediatamente se proyectaron con luz deslumbrante unas imágenes. ¡Su inventiva superaría lo nunca visto!¡Toda la Navidad sería trasladada a ‘Villa Quién’ en directo aquel mes de diciembre de 2024! Y para ello, tomó aliento y exhaló en voz alta: ¡Contaría con la mismísima voz que define, que describe e inaugura la Navidad! Y de la pantalla surgió el rostro y la gran sonrisa de María Carey.

El Grinch vivía en una cueva fría y oscura muy cerca de ‘Villa Quién’. De pelaje verde pardusco y mal peinado, de ojos amarillos en los que refulgían unas pupilas rojas, con cejas arqueados y un rictus cínico, gruñón y hostil. Lo peor de todo era su corazón “dos tallas más pequeño” que latía sincopadamente. ¿Quién en su sano juicio quería tener a semejante ser de amigo? ¿Quién confiaría en aquel hombrecillo sus íntimas debilidades, sus penas, sus contradicciones?

Era un tipo solitario que envidiaba la laboriosidad y, sobre todo, la felicidad de los trajines de sus convecinos. En especial odiaba el esfuerzo inusitado que se depositaban en aquellas fiestas.  ¿Qué conseguían con ellas más que gastos innecesarios? Las lucecitas, los adornos, los cánticos, las visitas entre familiares, ¡Qué cansino era todo eso! Aquella felicidad le repugnaba. Eran nauseas las que corrían a su estómago desde la punta de la lengua. Era aquel horripilante olor a Navidad que ascendía por los caminos desde ‘Villa Quién’ hasta su covacha. Aquellos melismas que odiaba y que le producían un sentimiento planificado e insistente de destrucción, pues ya años anteriores había intentado reventarles las fiestas. Por eso no le querían y habían construido aquella injusta leyenda de un malvado ser que vivía escondido en las montañas. Y pensaba para sí con resquemor, el que la sigue la consigue y otra sarta de memeces y retorcimientos, cuando del viejo televisor que había tomado del punto limpio emergieron las imágenes en blanco y negro de una hermosa mujer embozada en un ajustado traje de Papá Noël. Debajo, una fecha: el 24 de diciembre. El Grinch que poco sabía de música y, mucho menos, de celebrities no reconoció el rostro de María Carey, si bien supo en quien debería centrar su malvado tejemaneje.

Las vísperas de Navidad ‘Villa Quién’ hervía de turistas y curiosos. Las entradas al festival se agotaron en un pis-pas, se llenaron los vuelos del aeropuerto internacional con los interesados en asistir y no quedó ni una habitación libre a cien kilómetros a la redonda. La ciudad era un adorno viviente y los regalos iban de aquí para allá. Todas las familias realizaban los últimos preparativos para aquella gran cena comunitaria donde participaría la ciudad entera y los invitados recién llegados de todas partes del mundo y que contaría como gran guinda con la voz, retransmitida a nivel mundial, de la famosísima María Carey entonando en vivo su conocida canción con el coro de mil niños de la ciudad. Mil voces puras y cristalinas.

Augusto Quién era un trajín constante, transmitiendo órdenes y comprobando que todo estaba en su sitio. Quizás por esto ni él, ni nadie en su equipo, cayó en la cuenta de que uno de los muchachos del equipo técnico poseía una fisonomía un tanto singular: bajito, encorvado y que, en vez de botas, de sus pantalones afloraban unas pezuñas peludas y verdes. Cubría la cabeza con una amplia capucha, aunque refulgían claramente unos intensos ojos rojizos que manifestaban una inteligencia torticera. Luego alguien pidió ayuda. María Carey acababa de llegar al setup y había solicitado una tisana para entonar la voz. El viaje había sido fatigoso. Aquel extraño hombrecillo entonces apareció prestó y fue fulgurante a proporcionarle una tacilla con dicha infusión. Minutos después se lo vio salir, huyendo carretera arriba, y entre risas, camino de la montaña.

Cuando avisaron a Augusto Quién, era demasiado tarde. María Carey tras un primer sorbo de aquella taza había caído en un profundo sueño y yacía hermosísima en su camerino, recostada en un sofá. A su alrededor su equipo permanecía, a la par embelesado y con un importante susto, contemplando a la diva, extrañamente mucho más fulgurante que nunca, ajena a la desgracia que les sobrevenía. María Carey dormía en gran paz. Era imposible despertarla. Augusto se precipitó en un mar de lamentos. ¿Cómo cantaría entonces María Carey en aquellas condiciones? ¡Serían el hazmerreír global!¡Habían desperdiciado la oportunidad de posicionar la ciudad en el lugar que les correspondía! Muy pronto creyeron encontrar la huella del responsable por ciertos despeluches verdes que, por otro lado, tampoco se había preocupado en ocultar el Grinch. El muy desgraciado seguramente estaría disfrutando de aquel momento en su guarida.

El alcalde, Agusto Quién, visiblemente fuera de sí, tomó entonces el micrófono del enorme escenario y entre las luces intermitentes, los focos y las distorsiones de los instrumentos musicales en pruebas, alzó la voz y espetó: “¡Ese Grinch no tiene derecho a mancillar nuestros valores!¡Es horrible!¡No es uno de nosotros!”. Con su dedito señalaba al cielo y decía: “¡Debemos darle un escarmiento para que nunca olvide! Uno que demuestre al resto del mundo que ‘Villa Quién’ no perdona su desplante”.

Y una larga hilera de ciudadanos, ¡Todos los de Villa Quién!, acompañados inclusive por los niños y los turistas que no comprendían nada de nada, arrambló con lo que pudo, palas y palos, con linternas que iluminaron la oscura noche del bosque, y los 4×4 para cruzar riachuelos… Porque encontrarían la covacha del ser verde para reducirlo. Y tal vez, si nadie lo remediaba, lo linchasen. Mientras tanto, el Grinch descansaba plácidamente rumiando la satisfacción de su tonta venganza. Por eso no pudo escuchar el vocerío de los que se aproximaban…

Al llegar a una sucia cueva vieron salir humo de la chimenea y la luz de una bombilla en la única ventana sin cristal. No llamaron, simplemente derribaron el tablón que hacía las veces de puerta. Entraron henchidos de odio y venganza. Por las señas debía ser su casa.

Pero el Grinch no estaba allí y tan siquiera era aquella su casa. Porque era un ser de naturaleza y de bosque que gustaba dormir en las profundidades, sobre todo en las más tristes y oscuras noches de invierno. Eran los escasos momentos donde encontraba cierto consuelo a su desazón.

Muy pronto comprendió al escuchar aquella manifestación que su situación no sería segura. Podría haberse escondido en lo más profundo de la montaña durante meses, pues él conocía espacios a los que el ser humano nunca llegaría…, Y, sin embargo, guiado por un sentimiento confuso y otros pensamientos, viró en sentido contrario y volvió directo a la ciudad.

En ‘Villa Quién’ las calles estaban desoladas. Le fue sencillo encontrar el gran escenario y tras cruzar algunas escaleras llegar hasta el camerino donde la mismísima María Carey reposaba profundamente ensimismada en su sueño. Todo había salido de perlas. Tal y como lo hubo planeado. Estos humanos eran así de predecibles. ¡Qué simplones!

Y, allí descansaba la hermosa cantante, desposeída de voluntad y absolutamente desprovista de cualquier defensa. ¡Tan hermosa! Se arrodilló a sus pies, la husmeo por unos instantes y recorrió con sus ojos su trajecillo de Papá Noël de arriba abajo. ¡Qué ridículo le quedaba!, pensó. Saboreó las mieles de su éxito cumplido. Tomó luego una de sus manos en sus garrillas, acarició sus dedillos… Para luego dejarlos reposar con delicadeza.

Era un bichejo triste, gruñón y feo… Ferozmente incomprendido por todos aquellos. Aunque en esencia no era malo. Había querido tan sólo dar una lección a sus vecinos y quizás había llegado demasiado lejos. Él no quería hacerla daño. ¡Para nada!

Y rebuscó entre sus bolsillos roídos nuevas hierbecillas, unas que hubo seleccionado días antes, y encontró en el camerino una tetera para preparar así otra nueva infusión que le daría a beber. Al poco rato la diva despertó. Aquella infusión revertía los efectos del veneno inicial. María abrió grácilmente los ojos y, al ver aquel hocico verde y húmedo, pegó un grito de espanto. El Grinch le tapó la boca, ella le mordió, el Grinch brincó lejos e hizo un gesto extraño y le pidió permiso para sentarse a su lado. Le preguntó con voz ronca y silbante: Necesito saber por qué la Navidad hace tan feliz a los hombres. No me creo lo de tu voz.

Dicen que los corazones no crecen y es mentira. Solo tenemos que darlos esa oportunidad. El del Grinch creció un par de tallas aquella noche y yo os diría que el de María Carey crecería otras tantas. Lo que se dijeron entre ellos en aquella larga conversación quedará oculto en esta historia, aunque solo os pido que os lo imaginéis. Fue un sello de amistad.

Pronto los hombres regresaron del bosque. Aquella historia del Grinch verduzco de ‘Villa Quién’ era finalmente un timo, ¡Era una leyenda local!¡Un ser terrible queriendo arruinar su Navidad!¡Increíble!¡Aquella cueva sería el escondite de cualquier pastor! Paparruchas y conspiraciones aireadas por el alcalde para justificar su fracaso institucional. Los turistas pronto se cansaron de perseguir una sombra y comprendieron que debían tomarse a guasa al alcalde y comenzaron a reírse de lo sucedido. Y los niños de ‘Villa Quién’, primeramente, asustados, y luego más tranquilos, comprendieron que nadie les amenazaba en aquel bosque y que era más importante disfrutar de su día de Navidad. Todos se dieron cuenta que debían abandonar su ira y el tiempo de las persecuciones. Dejaron a Augusto de ‘Villa Quién’ solo con su ridícula venganza, afanado y esperando en aquella casita, y formaron prestos una comitiva de vuelta a la ciudad, que los niños se estaban resfriando. Pero esta vez, una de amor. Mucho les sorprendió escuchar de fondo una música poderosa. En la ciudad alguien todavía permanecía, había encendido los equipos del escenario al mayor volumen posible y reclamaban su retorno: dos voces entonaban ahora un villancico que les era conocido. Una voz era hosca, oscura y desentonada. ¡Qué importaba! La otra, pronto la reconocieron… Era la brillante y hermosa voz de María Carey.

Compártelo en tus redes sociales


Medios de comunicación

Contacta con nuestro departamento de comunicación o solicita material adicional.

Celebra con nosotros el Centenario de Telefónica
EMPIEZA LA AVENTURA
Exit mobile version