Compartir y usar, frente a comprar y poseer, son los términos de la nueva economía. Es la llamada economía colaborativa o conectada porque consigue escala gracias al mundo digital y según la revista FORBES crece el 25% anual y mueve 3,5 billones de dólares solo en EEUU.
Economistas Sin Fronteras dedica el número 12 de Dossieres EsF a este tema, con Carmen Valor, profesora de la Universidad Pontificia de Comillas, como editora y contribuciones tanto de Valor como de Juliet Schor (@julietschor), del Boston Collegue; Julio Gisbert, experto en economía colaborativa y Albert Cañigueral, fundador de consumocolaborativo.com, entre otros expertos.
¿Cuáles son los retos de esta economía? ¿Si se impone implicará la desaparición de las empresas? ¿Nos permitirá mantener nuestro estilo de vida? ¿Ayudará a crear empleo? Carlos Valor responde, a continuación, a todas estas cuestiones.
Profesora de la Universidad Pontificia de Comillas. Coordinadora del Máster de Marketing.
– En el dossier Economía en Colaboración hablas de una “sociedad post-materialista” que ya no busca los bienes, sino su uso. ¿Podemos decir que la crisis económica ha supuesto un punto de inflexión en el consumismo?
– La crisis ha acelerado la economía de colaboración pero no es lo único que ha influido. Muchos autores sitúan esta forma de economía en un contexto más amplio de transformación de la sociedad, en una sociedad del conocimiento con un peso significativo de las redes sociales. Es la evidencia de un cambio de paradigma que se ve en todo, desde la comunicación de las marcas a cómo las usan los chavales, que ya no es tanto para mostrar estatus como para crear su identidad, mezclando muchos elementos. No estamos en los 80, con la guerra de las vanidades.
– ¿En qué países está más desarrollada la economía colaborativa? ¿En España como va?
– Estamos en una fase de introducción y no sabemos si inicial o vamos a pasar al crecimiento importante. En el directorio de http://www.consumocolaborativo.com/directorio-de-proyectos/ podemos ver que en España hay muchas iniciativas de consumo colaborativo. Surgen entre tres y cuatro nuevas por semana (es relativamente fácil ponerlas en marcha pero luego muchas mueren) en parte por el buen clima de emprendimiento, sobre todo social, porque la gente quiere hacer cosas de otro modo. Ahora bien, no hay datos del número de personas que participan y si éstas son siempre las mismas porque su estilo de vida implica hacerlo todo de modo colaborativo o cambian dependiendo de las iniciativas.
Hicimos un estudio de bancos de tiempo que mostró sólo un cuarto de las personas que se registran, participan activamente.
– ¿Qué está pasando en otros países?
– Según Luis Tamayo (OuiShare), Francia es uno de los más desarrollados en economía colaborativa en Europa y en Estados Unidos destaca San Francisco. En cuanto a las monedas sociales, en Community Exchange System aparecen 187 iniciativas.
– ¿Podemos ver el «consumo conectado» como una modernización del trueque?
– Sí, es justo eso. Toma una escala facilitada por la tecnología. Aunque no es la única forma de consumo colaborativo.
– ¿Permite mantener la economía colaborativa el estilo de vida de los urbanitas de hoy en día o éstos deben reducir o transformar sus expectativas?
– Deben transformarlas porque el modelo es diferente. El consumidor tiene que sacrificar la inmediatez, la conveniencia… (si quieres algo de segunda mano, quizás no encuentres fácilmente lo que deseas. Mientras que una tienda lo tienes seguro. Hacen falta apps que te facilitan la búsqueda). Pero es muy bueno para el planeta porque reduce la compra por impulso y la compra meditada hace que consumamos menos. Claro que es malo para las empresas.
También estamos habituados a trabajar de modo individual (do it for myself) y la economía colaborativa implica trabajo con redes, en comunidad… (do it together). No nos han enseñado a gestionar de modo colectivo. Quizá esto va a costar aprenderlo.
No está claro que esto sea diferente a nivel urbano y rural. Puede parecernos que en el mundo rural la economía colaborativa encaja de modo natural, pero hay alguna experiencia que ha fracasado porque salvo en la “familia extendida” hay desconfianza. En cualquier caso, habría que estudiarlo. Lo que sí parece es que es para personas que pasan mucho tiempo en el ciberespacio.-
– ¿Puede la economía colaborativa disminuir la producción de productos?
– Si se generalizara, sería un escenario posible. De hecho, habría una transformación. Se crearían nichos de empleo en otras áreas. Por ejemplo, aumentarían los servicios. Habrá muchas personas desarrollando aplicaciones para que los consumidores hagan búsquedas y se reduzcan los costes de transacción, hoy muy elevados.
– ¿Es la economía compartida economía en B?
– Es una de las grandes preguntas. Si me cambio con mi hermana unos pantalones no, pero a gran escala puede ser, si no se declara. Lo que es seguro es que no se contabiliza en el PIB. Otro tema: los bancos de tiempo. Tú me ayudas con la cocina y yo le echo una mano a tu hijo con las matemáticas. Esto es un favor que no está grabado fiscalmente pero si te limpio la casa todas las semanas, hay que ver cómo me remuneras y si podemos hablar de un trabajo. Hay áreas grises hoy por hoy. De momento son intercambios, favores… Y como el volumen no es importante, no es preocupante.
– ¿Qué aporta la tecnología digital?
– La posibilidad de escala. Además, hay iniciativas que no son posibles sin la tecnología: por ejemplo, el coche compartido, la comprar conjunta de billetes de tren, las cooperativas de energía… Pero más aún, podría ser que la tecnología no sea sólo un instrumento sino un espacio, donde esta economía es posible, porque es en el espacio digital en el que se caen barreras que sin embargo tenemos en los encuentros presenciales. Este es un tema muy interesante para estudiar: ¿El mundo digital lo facilita, no técnicamente, sino por el hecho de implicar un “yo digital”? ¿Al entrar en el ciberespacio nos quitamos un abrigo, ya no somos españoles, y adoptamos una cultura compartida online o nacionalidad global, que nos lleva incluso a ser más confiados? Pensemos, por ejemplo, en la cantidad de gente que hace favores online como compartir conocimiento.
– Parece que la economía colaborativa es sólo de los individuos, de los emprendedores… y no hay hueco para las grandes corporaciones.
– Este es otro punto de debate. Yo creo que no lo hay. Este modelo es de pares y las corporaciones no son pares.
– Hay compañías con iniciativas de crowfunding, coworking, etc. ¿No son válidas en este modelo? ¿No pueden tener algún papel ya que hablamos de colaboración…?
– El problema son las consecuencias de la entrada de las empresas. Éstas esperan un ROI creciente y de cierto volumen. Pero eso no lo esperan los pares y mucho menos un crecimiento continuo. Esto genera distorsiones porque introduce ciertos criterios de gestión. La experiencia ha demostrado que cuando entran, los usuarios acaban expulsados y empieza una estructura jerárquica. Las empresas tienden a poner a un jefe para que el resto obedezca. No les encaja la gestión en comunidad.
– Pero el modelo necesita a las teleco y a las empresas digitales, por ejemplo, a Telefónica.
– Así es, como facilitadores de la tecnología. Por ello habría que pensar los papeles que puede jugar la empresa porque igual hay más que uno.
– Si llevamos al extremo la economía colaborativa, ¿estas grandes empresas desaparecerían?
– Sí, y el Estado. Es un modelo al margen del Estado, es un modelo de democratización total, horizontal. Pero yo no creo que esto pueda darse. Cuando se empieza a mover dinero, a monetizarse, surgirán diferentes visiones que harán que se reformule el modelo. Se hará camino al andar.
– ¿Cómo se generaría el empleo?
– En general tendremos una economía digital porque el futuro no está en el ladrillo ni en la economía material. Habrá empleo en todo lo relacionado con tecnología y el mundo digital (por ejemplo, diseñar y programar apps, dinamizar redes…), innovación, comunicación, consultoría y servicios. Será una economía de alto capital humano. Claro que esto exige formación y anticiparse y es algo que en España las autoridades no están promoviendo. Es un problema porque ¿qué vamos a hacer si no nos preparamos ya para la economía digital? ¿Convertirnos en la residencia de ancianos para Europa? ¿Dónde va a trabajar toda la gente que hay en paro? Se requiere un enfoque a largo plazo que implique a todos los agentes.
– ¿En qué se diferencia la economía colaborativa de la economía social?
– Puede haber iniciativas que busquen, por ejemplo, la inclusión social pero lo social no está en la definición de la economía colaborativa. Es entre pares que comparten. Sí es cierto que la gestión de los recursos mejora.
– De los fenómenos más conocidos: crowfunding, coworking, bancos de tiempo, LETS, etc. ¿A cuáles ve más potencial?
– Las iniciativas vinculadas al autoempleo –crowfunding y coworking– seguirán avanzando pero es difícil romper las inercias del consumidor -brecha digital, conveniencia, costes de transacción…-. Por ello quizás el consumo colaborativo vaya por detrás en volumen y escala. En cuanto a los bancos de tiempo y las monedas sociales, tengo dudas sobre su evolución después de la crisis.