Bibliotecas virtuales: una nueva forma de guardar y acceder al conocimiento

Aprender, descubrir, investigar, entender, mejorar. El saber permite a las personas ser analíticas, críticas, libres y poderosas.

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Guardar el conocimiento, mantenerlo y acercarlo a todo el mundo. Durante miles de años las bibliotecas han sido templos del saber. Antes su acceso estaba restringido a las posiciones de poder, ahora rompen las barreras físicas y su acceso es universal.

A lo largo de la historia de la humanidad, el conocimiento ha pasado de ser transmitido de forma oral a forma escrita, de las tablillas, papiros y pergaminos a y de ahí (con miles de años de evolución) al almacenamiento en la nube, de los distintos tipos de escritura a lenguajes informáticos, de la sala de lectura al análisis de Big Data. Pero siempre con el mismo afán: aprender, descubrir, investigar, entender, mejorar. El saber permite a las personas ser analíticas, críticas, libres y poderosas.

De Turquía a internet 

En la antigüedad, las bibliotecas comenzaron su actividad para almacenar archivos de los reinos y para guardar las escrituras religiosas de los templos. Después con el desarrollo de la escritura y de las creaciones literarias, las clases adineradas y poderosas comenzaron a guardar este tipo de piezas. 

De las bibliotecas más antiguas del mundo tenemos conocimiento por distintos yacimientos arqueológicos que a pesar de los desastres naturales y los desastres del ser humano, el paso del tiempo ha querido mantener. Desde los Archivos de Hattusa, centro creado en Turquía aproximadamente en el año 1900 a. C. hasta la famosa Biblioteca de Alejandría, levantada en Egipto con la influencia de Alejandro Magno y su intención de difundir la cultura.

Otras Estas al igual que otras maravillas como la biblioteca de Pérgamo o la de Constantinopla se han perdido para siempre. 

Pero de un tiempo a esta parte, la tecnología ha cambiado muchas cosas: nuestra manera de trabajar y relacionarnos, también la manera en la que almacenamos nuestras creaciones, y el modo en el que aprendemos y nos asomamos a las fuentes del conocimiento.

De ahí surgió, en 1971, la primera biblioteca digital. Bajo el nombre de Proyecto Gutemberg, un empresario estadounidense llamado Michael Hart puso en marcha una ambiciosa iniciativa: poner a disposición de las personas una extensa colección de libros a través de internet y de forma totalmente gratuita, para luchar contra el analfabetismo.

Hart, como estudiante de la Universidad de Ilinois, pudo trabajar en el Laboratorio de Investigación de Materiales con uno de los ordenadores que pasaría a formar parte de la red que dio origen a internet. En aquel momento, este filántropo ya tenía la certeza de que en el futuro el uso internet sería universal.

Este proyecto comenzó compartiendo libros electrónicos digitalizados a partir de obras ya existentes físicamente como la Declaración de Independencia de los Estados Unidos, la Biblia o Alicia en el País de las Maravillas. En la actualidad ofrece más de 60.000 obras gratuitas en distintos idiomas.

Digitales y accesibles 

En el actual mundo digital las plataformas virtuales se han multiplicado debido a las ventajas que ofrecen. Según enumera el CSIC, Centro Superior de Investigaciones Científicas, las bibliotecas virtuales brindan a los usuarios un acceso rápido y fácil a todos los recursos desde un solo punto, un ordenador, por ejemplo, devuelve resultados por relevancia y permite múltiples opciones para refinar las búsquedas y limitar los resultados. También da la posibilidad de exportar los registros o enviarlos por email y crea URLs permanentes.

Y no solo proporcionan contenidos, también ofrecen servicios documentales sin restricciones horarias lo cual resulta una herramienta útil en el ámbito educativo tanto a estudiantes como a docentes e investigadores, y su acceso es universal y adaptado a todos. Además, las bibliotecas virtuales dan otro servicio igual de importante a la humanidad: preservar. Si el paso del tiempo, de los desastres naturales y otros eventos provocados por el hombre han sido capaces de destruir gran cantidad de documentos e información de la antigüedad, gracias a la digitalización, grandes obras de la literatura quedan protegidas del desgaste y otros peligros como el fuego o la humedad. 

Tal y como explica la Biblioteca Nacional de España, las bibliotecas virtuales forman una red de bibliotecas y repositorios multimedia con recursos de otras bibliotecas, así como con recursos institucionales de universidades, la Red Digital de Colecciones de Museos de España e incluso documentos de las comunidades autónomas, como Biblioteca Hispana, mientras la Biblioteca Digital del Patrimonio Iberoamericano, un proyecto de la Asociación de Bibliotecas Nacionales de Iberoamérica (ABINIA) reúne los recursos digitales de las bibliotecas nacionales participantes de países como Argentina, Brasil, Chile, Portugal y España entre otros, y con carácter científico destaca la biblioteca virtual del CSIC.

Junto a estas la BNE menciona otras como la Digital Public Library of America, Europeana o Gallica, en las que se pueden encontrar textos científicos, archivos de museos y universidades prestigiosas como Harvard, así como recursos de todo tipo como fotografías, vídeos, archivos de audio, periódicos, revistas, y archivos en 3D. Incluso páginas web editadas en 1996, algo que a día de hoy podría parecernos toda una reliquia.

Una biblioteca de software

Está claro que las bibliotecas virtuales pueden almacenar todo tipo de archivos y suponen una potente herramienta para la formación online y la investigación, sin horarios ni fronteras, cumpliendo así una de las grandes características de la conectividad. Ahora gracias a estas nuevas herramientas digitales, se pueden guardar también programas de radio y televisión, e incluso el software, como la Software Heritage Inititative, lanzada en 2016 y que hoy ya tiene 11.000 millones de ficheros únicos de más de 160 millones de repositorios de software. Se trata de un proyecto impulsado por Roberto Di Cosmo profesor y científico de computación. Este investigador trabaja desde hace tiempo en recopilar todo el código fuente posible. Tal es su pasión por la computación que ha logrado que la UNESCO declarara el Software como patrimonio cultural de la humanidad, en 2017.

Así es como las bibliotecas han pasado de ser fuente de saber a herramienta del conocimiento sin límites. 

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