Para mantenernos jóvenes debemos esforzarnos y hacer trabajar nuestro cerebro para que vaya aprendiendo cosas nuevas a lo largo de nuestra vida. Una de las cosas importantes cuando decides aprender algo nuevo es que te guste o que lo necesites. Luego, en consecuencia, es más probable que se consiga mediante la práctica repetitiva este nuevo conocimiento durante un tiempo suficiente hasta crear un hábito.
Mi caso particular con LSE
En mi caso, una de las cosas que estoy aprendiendo en mi vida como adulta es la lengua de signos española (LSE) para comunicarme con mi hija. Empecé hace cinco años de forma autodidacta con libros como el del fonoaudiólogo Marc Monfort “El programa elemental de comunicación bimodal” (2018). Gracias a él aprendí el alfabeto en LSE y algunas oraciones básicas en bimodal para realizar frases signando con la estructura de la lengua oral. Después, recibí clases de LSE en el colegio de mi hija y por fin me inscribí a los cursos online de signos de la Confederación Estatal de Personas Sordas (CNSE). De esta manera es cómo empecé a adquirir los mecanismos para comunicarme en LSE de manera más avanzada, como, por ejemplo, con el uso del verbo al final de las frases.
A pesar de haber ya obtenido el nivel A2 de la escuela de idiomas, noto que voy perdiendo conocimientos a lo largo de los meses. Lo importante en LSE, como en cualquier otro idioma, es la constancia. Para ser constante, hay que encontrar ocasiones de uso. Otra etapa para consolidar lo aprendido, será realizar mi propio diccionario visual en LSE.
Un incentivo importante a la hora de aprender idiomas es que el aprendizaje sea divertido. Por eso, hace algunos años, cuando daba clases de francés de forma voluntaria a mis compañeros de gerencia, al preparar las clases, buscaba siempre contenidos divertidos. Podían ser juegos, chistes, trabalenguas etc. Cuando nos divertimos estamos muy atentos, y sin darnos cuenta, lo aprendido se queda grabado en nuestro cerebro.
La interactividad también es esencial. Para memorizar un contenido no es suficiente con escucharlo, hay que “tratarlo” de alguna manera, es decir, es importante que cada alumno reformule con sus propias palabras la información recibida para poder almacenarla en su cerebro. Todo vale, tomar la palabra, generar un dialogo con las otras personas presentes, etc.
Cómo fijar el conocimiento
Por otro lado, para fijar el conocimiento, la parte emocional juega un papel esencial. Estar en un ambiente agradable con personas afables crea un ambiente permeable que permite memorizar conceptos nuevos sin dificultad. Si, por lo contrario, el ambiente es tenso, se crean unas barreras infranqueables que distraen al cerebro. El aprendizaje deja de ser su prioridad en ese momento. Esto se remonta a nuestros orígenes, el cerebro de los hombres prehistóricos priorizaba los actos para sobrevivir ante un peligro mortal casi constante, y por eso estamos todavía hoy en la Tierra.
Cómo conectar para enseñar
Volviendo al tema de la enseñanza, otra forma de poder conectar con los alumnos de una clase es emplear palabras que los alumnos ya conocen para que sean un gancho. Seguro que, aunque no sepas francés te suenen las expresiones “comme ci, comme ça” u “oh la la” y que, cuando las oyes, te apetece escuchar algo más. La idea es facilitárselo al cerebro para que vaya poniendo foco poco a poco en algo nuevo que a priori le cuesta más.
Para poder vivir, el cerebro distingue entre oír y escuchar. Si estuviésemos todo el rato escuchando los ruidos que están en nuestro alrededor no podríamos concentrarnos. De hecho, durante las primeras etapas de la vida de un niño, se sincronizan los oídos y el cerebro para poder discriminar lo que es ruido de lo que es lenguaje. Gracias a este proceso, podemos pronunciar nuestras primeras palabras. En esta etapa se forma un tándem imagen/palabra. Es fácil comprobar como nuestro cerebro se adapta y maximiza su rendimiento: cuando estamos en un bar con unos amigos, al principio oímos el ruido ambiente, pero poco a poco, nos centramos en la conversación y este ruido de fondo se hace cada vez más imperceptible hasta desaparecer. Nuestro cerebro selecciona lo que quiere escuchar de forma natural.
El interés por aprender, su necesidad, la frecuencia, la diversión, la interactividad, la conexión emocional, el reto alcanzable, la priorización… cada uno de estos elementos podría ser como una nota que forma parte de una partidura única donde nuestro cerebro es el jefe de orquesta.